Con 23 millones de habitantes en una superficie ligeramente superior a Galicia, la isla por la que suspira la China continental celebra estos días su centenario.
La cima del Taipei 101, el segundo edificio más alto del mundo, ofrece una panorámica espectacular de la ciudad, en continua efervescencia de día y de noche, plagada de taxis y escúteres a la carrera; una urbe diseñada a veces con escuadra y cartabón, de imponentes manzanas pero también callejones serpenteantes, donde palpita el Taipei más auténtico, vibrante y acogedor a pesar de su asfixiante calor amortiguado por la humedad (cuatro meses al año, el termómetro no baja ni un minuto de los 24 grados), y unas lluvias subtropicales que explican por qué el cemento no podrá ganarle nunca la batalla al verde.
Desde ahí arriba se puede contemplar el Chiang Kai-shek Memorial, que aloja en su interior una estatua enorme del controvertido caudillo que gobernó durante 26 años una isla que en el siglo XVI bautizaron los portugueses con el acertado nombre de Formosa.
En los 61 ascensores bala del Taipéi 101 no da tiempo a darse los buenos días: recorren el trayecto entre la tierra y el cielo en 45 segundos. Ni tan siquiera hay espacio para hablar de sus peculiares relaciones con el continente y con el mundo. A más de medio kilómetro de altura se puede entender ya por qué Taiwán es mucho más que una inmensa fábrica de relojes baratos y despertadores, por qué es mucho más que ese made in Taiwán por el que se la conoce en Occidente.
Uno de los cuatro tigres de asia
El tigre asiático, bautizado así junto a Hong Kong, Singapur y Corea del Sur, no se ha dormido en los laureles. El conocido como milagro taiwanés sigue vigente: hoy figura en el puesto 18.º en el ránking de las principales economías mundiales; y en el puesto 26.º en el de renta per cápita de sus habitantes, justo por encima de España. Aunque los turistas acuden en masa a zonas como el Guang Hua Market, paraíso de la tecnología a bajo precio, el país puede presumir de tener empresas punteras en telecomunicaciones, nanotecnología y biotecnología repartidas en una veintena de parques industriales. Eso, en una isla que, con 23 millones de habitantes, apenas supera la superficie de Galicia…
Todo en la República de China gira en torno a las relaciones con la China continental, separada por apenas 200 kilómetros de agua y en permanente conflicto desde los años veinte, cuando los comunistas de Mao Tse-tung golpearon al Gobierno republicano de Chiang Kai-shek, que fue obligado a replegarse hasta establecer en 1949 la capital provisional de la república en Taiwán, esperando regresar algún día al continente. Pero esto nunca llegó a suceder y la China continental, la República Popular de Mao, se autoproclamó como la única China posible. Pocos estados en el mundo (apenas 23, y uno solo en Europa, el Vaticano) se atreven a llevarle la contraria. Mientras tanto, Taiwán (oficialmente República de China) mantiene relaciones oficiosas con buena parte del planeta a través de oficinas de representación, que en la práctica son embajadas encubiertas.
En el caso de España, la oficina que Taiwán mantiene en Madrid lleva el apellido de Economía y Cultura. Y a pesar de que la Constitución de Taiwán no solo reivindica el territorio de China continental, sino también Mongolia, y fija la capital oficial en Nanking (en el continente), lo cierto es que la mayoría de los taiwaneses asumen que se trata de un anacronismo. «Nosotros somos una democracia y la República Popular es una dictadura; somos un país soberano e independiente y solo buscamos el beneficio mutuo entre las naciones», subraya un funcionario del Gobierno. Este pensamiento lo comparten muchos jóvenes en la isla. En el caso español, la colaboración entre los países se traduce, en los primeros cuatro meses del año, en 465 millones de dólares americanos en exportaciones de Taiwán a España, y en 205 en importaciones. Aunque todavía queda mucho camino por recorrer: en el 2010, solo 5.770 españoles visitaron la isla, la mayoría por negocios.
El milagro taiwanés no es fruto de la casualidad. En el Museo Oriental de Instrumentos Musicales, en Chiayí, en el centro de la isla, una de las guías que atiende a los visitantes explica que estudia lo equivalente a bachillerato en España y domina seis idiomas. No es un caso excepcional, pues la formación se considera asunto de Estado en el país. Otro ejemplo, Ángela A. C. Huang, una joven de 25 años, prefiere callar sobre su país y demostrar que, aunque España está a 11.600 kilómetros, sabe de qué habla: «En el suyo están pasando una crisis tremenda. ¿Qué está haciendo el Gobierno de Zapatero?». Si el visitante no se defiende en chino o en taiwanés, con facilidad encontrará con quién hablar en inglés o en castellano, aunque para viajar en taxi es recomendable llevar la tarjeta del alojamiento escrita en caracteres chinos. En esta localidad, como en el resto de la isla, se respira el ambiente de fiesta del centenario del país según el calendario chino, que cuenta los años a partir de 1911, cuando se proclamó en el continente la República de China y se puso fin a dos mil años de era imperial. [Laureano López/lavozdegalicia.es]