Una cárcel de solo dos presos

  • Mantener la cárcel más deshacinada del país cuesta 12 millones de pesos al mes

  • Los únicos dos internos ni se dirigen la palabra

La prisión de El Carmen de Viboral no depende del Inpec, sino del municipio. Estudian si la acaban o la fortalecen, para que lleguen más presos.

«Chano» es tal vez el único preso en Colombia que ha tenido las ínfulas para exigirle a la directora de la Cárcel que, de almuerzo, solo le sirvan papitas fritas con carnita a la plancha.

Beatriz Cecilia Mejía, quien a la vez ejerce como la Secretaria de Gobierno de El Carmen de Viboral, al principio dudó, pero terminó cediendo. «Él es muy ‘remilgaíto’ para la comida. Era una exigencia que cualquiera podría negar. Pero como eso no nos cambiaba el presupuesto, pues no le vimos problema», reconoce.

Es posible también que sea el único recluso de este país que se da el lujo -casi folclórico- de levantarse con el sol de las 11 de la mañana. Eso, cuando no deja que sus fosas nasales resuenen como un motor fuera de borda, hasta el medio día. «Si yo estuviera allá, de más que también haría lo mismo», dice con sorna Beatriz Cecilia.

Pero todo esto solo es posible en una prisión que hoy pasa por una especie de sequía de internos. Mientras Antioquia (y toda la región Nordeste) vive un hacinamiento carcelario del 22.3 por ciento, «Chano» tuvo durante cuatro meses la cárcel para él solo.

Apenas hasta hace unos 20 días, que llegó don Ramiro* -un conductor indiciado de un delito sexual- fue que la prisión, entre comillas, se pobló.

Son las 9:30 de la mañana y «Chano», sabiéndose condenado a 20 años de cárcel, duerme como un lirón.

Una vez pone el primer pie al lado de esa especie de sarcófago de cartón que tiene como cambuche, se acomoda la gorra de siempre, se pasea la mano por las lagañas que acumuló en su largo descanso y bosteza.

Ahí es cuando se advierte que le faltan tres dientes y que en las encías le resalta un enorme agujero negro, sobre el que se ubica un bigote impenetrable, revuelto. Muy semejante a una brocha.

¿Está aburrido aquí? «¿Aburrido? Ave maría, no me metí una bomba porque no la tuve», dice mirando al piso. ¿No le hacían falta más compañeros para conversar? «Uuff -levanta la voz- uno se dispertaba (sic) a mirar paredes, me hacían falta amigos, qué soledad. Hacer de comer para uno mismo, cómo le parece. Qué aburrición».

¿Cuántos años tiene? «¿Yo? Como 45», contesta. ¿Por qué delito fue procesado, y me disculpa la pregunta? «Dizque por acceso carnal», confiesa.

Entonces «Chano» comienza con su rosario de lamentos. «La vida mía aquí era vivir solo. Le buscaba charla a los guardianes, para que comiéramos juntos. Ellos a veces me preparaban un arrocito y me lo hacían comer».

Pese a que «Chano» odia cocinar, cuando se convirtió en el único interno debió asumir, por sustracción de materia, las funciones de ranchero. También la de muchacho del servicio, entre otras labores, que, según algunas malas lenguas, no cumplía a cabalidad. Ahora don Ramiro es el que desde la cocina le sigue sus caprichos culinarios.

Si el estándar internacional ha concertado que un preso requiere de 2.56 metros cuadrados como mínimo vital, «Chano» tuvo a disposición 800 metros cuadrados, entre cancha de básquetbol, dos amplísimos recintos de habitaciones con de a siete camarotes cada uno, cocina, cuatro duchas, dos inodoros, pasillo para ver televisión y, claro, televisor.

También, un salón donde funcionan la capilla, la biblioteca y dos piezas adicionales que sirven para la visita íntima, un servicio del que hasta ahora nadie se ha beneficiado. No deberá ser fácil tener intimidad delante de la mirada imperturbable que despide una estatua de la Virgen del Carmen.

No hay con quién jugar

La soledad de «Chano» y Ramiro entraña una paradoja si se mira lo que ocurre a solo 62 kilómetros de distancia, en la Cárcel de Bellavista de Medellín, la más hacinada del país.

Mientras aquí hay dos vigilantes para dos detenidos, en el patio octavo de Bellavista se ven, a duras penas, los mismos dos guardianes pero para 1.500 reclusos, que deambulan detrás de un portón al que llaman rastrillo.

Una situación crónica, si es por los datos sobre los que se apoya Luz Marina Acevedo, la abogada de la Personería de Medellín encargada del tema. Y es que en Bellavista duermen 6.189 presos, cuando su capacidad es para 2.203. «Hablamos de un hacinamiento que se acerca al 185 por ciento», denuncia Luz Marina.

En El Carmen de Viboral, en cambio, «Chano» y Ramiro utilizan, cada uno por su lado, pues han preferido no dirigirse la palabra, el espacio de 30 detenidos. […] [José Guarnizo Álvarez/elcolombiano.com]

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*