Construidas con millonarias inversiones y de escasa utilidad, estas infraestructuras se han convertido en un símbolo del derroche autonómico
Pasillos desiertos, nadie al otro lado de los mostradores. Un fundido en negro generalizado en las pantallas que anuncian los —esporádicos— vuelos. El personal de limpieza se esmera en sacar brillo a unas salas de espera con escasos motivos para estar sucias, aparte de la capa de polvo inevitable. Edificios amplios, incluso con algunas de las instalaciones más grandes de Europa, parecen atrapados en una especie de parálisis constante, un páramo económico, para algunos el símbolo del derroche de la administración central y las comunidades autónomas.
El debate sobre los aeropuertos construidos al calor del «milagro español» en algunas provincias, instalaciones costosas de escasa utilidad, ha cobrado vigencia con el proceso de privatización parcial de Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea (AENA). El ministro de Fomento, José Blanco, presentó la operación como una oportunidad de «garantizar la rentabilidad del sistema». Pero lo cierto es que la búsqueda de compañías privadas para los aeródromos más deficitarios, tanto por su localización o por que posteriormente han sufrido cambios que han cercenado su demanda, se antoja poco menos que una hazaña.
Huesca, tres meses al año
El aeropuerto de Huesca es uno de los ejemplos más flagrantes de esa brecha entre importe e ingresos insuficientes. Su construcción costó más de 40 millones de euros y, actualmente, solo da servicio durante tres meses al año. Después de que Pyrenair suspendiera el servicio la temporada pasada por falta de liquidez, compite con el aeropuerto de Alguaire (Lérida) por atraer los vuelos chárter de los aficionados al esquí. […]
Tenerife Sur, por su parte, dispone de una nueva terminal (la T2), en la que se invirtieron 30 millones de euros, que pese a estar concluida desde el año 2009 aún no se ha abierto al tráfico de pasajeros. ¿La explicación? La demanda resulta insuficiente para poner en marcha una infraestructura de esa envergadura.
La situación de los aeropuertos de Málaga, Alicante y Zaragoza no dista mucho de los ejemplos anteriores. En el primer caso, la nueva terminal (T3) supuso un desembolso de 410 millones de euros. El alicantino, por su parte, se elevó a 420 millones.
El resultado es, en todos los casos, parecido: el vacío, un proceso ahora acelerado por la crisis. […] [LUIS M. ONTOSO/abc.es]