En la intimidad de la tierra

utuadoLa Isla posee una gran variedad de sistemas de cuevas y cavernas; conoce la aventura de un grupo en cueva perdida en Utuado.

Llegamos. Frente al grupo de nueve personas: un orificio en la tierra con poca pinta de puerta. Oculto en medio de un camino, con aire de vereda imaginaria que solo los locales conocen, se encontraba el hueco de la tierra tras el cual debíamos encontrar la Cueva Perdida en Utuado.

«Se le llama así porque la estuvieron buscando mucho tiempo», advirtió Carmelo Agosto, un hombre retirado con sus 70 años encima y las piernas más sólidas del grupo. Lleva años en esto de meterse en cuevas, de aventurar por la tierra y por los recovecos del País que mucha gente desconoce.

«Hay gente que se va a otras partes del mundo buscando aventura, sin saber que aquí está todo lo que están buscando», comentó René Martínez, quien trabaja como consultor estratégico y es un apasionado de la espeleología (el estudio de cuevas y cavernas). Y hablar de pasión se queda corto, el hombre conoce las cuevas como si fueran la casa de la infancia, ésa a la que uno no va todos los días pero recuerda cada esquina.

Martínez, junto a Wanda Vega Ayala, Manuel J. Jiménez Pérez y Carlos A. Colón Báez, son integrantes de la Fundación de Investigaciones Espeleológicas del Karso Puertorriqueño (FIEKP), uno de los varios grupos de exploradores y estudiosos de los sistemas de cuevas y cavernas del País. Al grupo se integraron la microbióloga Beverly Robledo y la oficial de servicio al cliente Sonia Rodríguez, amigas que poco a poco se han ido entusiasmando con las repetidas aventuras del colectivo.

«Hay una riqueza infinita allá abajo que sostiene nuestro ecosistema. Los murciélagos, las serpientes, esos animales que la gente mira mal por su apariencia son esenciales para la agricultura; se comen los mosquitos, las plagas. Hay que conocer lo que hay aquí para poderlo preservar», expresó Carmelo ya en el interior, en medio de la oscuridad absoluta que, dentro de una cueva, no permite mirar ni los dedos de la manos. Pero para llegar allí, hubo mucho camino andado. […] [Por Ana Teresa Toro/En la intimidad de la tierra – El Nuevo Día]

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