Fuera de cámaras, a muchos actores la cabeza les hace malas jugadas. Una muestra de que la vida en Hollywood no es tan perfecta como la pintan.
Exigir a un hotel que el desagüe de la ducha quede en la esquina y no en el medio puede sonar exagerado e incluso ridículo, pero para Woody Allen, uno de los directores más excéntricos del medio, eso es tan indispensable que, dado el caso de no encontrarlo, prefiere pasar la noche en su carro antes que poner un pie en ese cuarto.
No es que la fama se le haya subido a la cabeza y quiera poner a correr a todo su personal por un simple capricho.
Lo suyo tiene nombre y explicación científica: neurosis compulsiva, una enfermedad que a sus 76 años lo hace un maniático del orden y un dependiente de la repetición para evitar el estrés. Todas las mañanas, esté donde esté, corta un banano en siete rebanadas antes de ponerlo en su cereal; de otra manera su día podría ser peor que el de David Dobel, el personaje que interpretó en la película Anything Else, un profesor neurótico que ve complots antisemitas en todas partes, al punto de volverse violento y paranoico.
Aunque su contextura menuda y su cara de nerd le dan una apariencia inocente y cero intimidante, quienes han trabajado con él coinciden en que los sets de grabación son el escenario tanto de sus obras maestras como de sus más ridículas y exageradas obsesiones. “Me cansé de proponerle que intente cosas nuevas, ni siquiera se atreve a probar un nuevo sabor de sánduche porque siente que la vida se le desorganiza”, le aseguró al periódico The Daily Express Scarlett Johansson, quien ha participado en tres películas de Allen (Scoop, Match Point y Vicky Cristina Barcelona).
Lo único bueno de su neurosis es que es evidente. Quienes están a su lado ya saben en cierta forma a qué atenerse y cómo comportarse. “Soy neurótico de una manera apacible, tengo muchos hábitos neuróticos como no subir a un ascensor, no atravesar túneles, no pasar cerca de perros y evitar las alturas”.
¿Pero qué pasa cuando la enfermedad no es tan condescendiente y no hay más remedio que afrontarla a puerta cerrada? Los pacientes de depresión son un ejemplo. La mayoría prefiere dejar su vida en manos de especialistas, con medicamentos que mantengan elevado su litio (sustancia que regula la felicidad). El actor Hugh Laurie optó por algo más radical: pasar 14 horas del día interpretando a un hombre cínico, enfermo y odiablemente talentoso en la serie Dr. House. El dos veces ganador del Golden Globe fue diagnosticado con depresión hace cuatro años. “Siempre estoy pensando en la serie, cada escena que rodamos siento que es un desastre, vuelvo a mi casa y mi cabeza está llena de los errores que he cometido a lo largo del día”. Es tan grande la batalla interna de este inglés que, a sus 48 años, vive solo en California mientras su mujer y sus tres hijos viven en Londres. Una soledad no muy diferente de la del personaje que lo ha hecho famoso pero al tiempo infeliz.
¿Si es así, por qué no dejarlo? Para su desgracia, la depresión (que en latín significa derribado, abatido), puede ser transitoria o, como en el caso de Laurie, permanente, lo que hace casi imposible buscar un cambio de manera consciente. Lo que prima es una habilidad o gusto que mantenga al cerebro ocupado. En el caso del inglés, esto se traduce en un profesionalismo tan natural que si él no hubiera confesado su condición al periódico Sidney Daily Telegraph sus seguidores e incluso colegas no se habrían enterado de su enfermedad.
¿Qué gracia tiene ser uno de los actores mejor pagados del mundo –300.000 dólares por episodio– si no los puede disfrutar ni siquiera con las personas que quiere? Para él, como para el también actor Jim Carrey, que sufre de lo mismo, la fama no acumula números sino una extraña fijación por lo que hacen, combinada con un talento innato que se refleja en producciones exitosas y papeles reconocidos. […]
No pueden decir lo mismo Megan Fox ni Heidi Montag, a quienes su poco conocimiento del mundo del espectáculo y su absurdo afán por alcanzar la fama las ha llevado no sólo a brillar por sus escándalos sino a ser tildadas de locas.
Quienes seguían el reality The Hills, del canal MTV, saben que Heidi Montag no tenía nada que envidiarles a sus amigas de grabación. Sin embargo, esta californiana de 23 años decidió literalmente convertirse en otra persona. La noticia de sus 10 cirugías plásticas en una misma intervención dejó sin palabras a más de uno. Era un número arriesgado y tan absurdo que incluso su familia, encabezada por su mamá, ha hecho saber públicamente su disgusto con tan innecesaria transformación, “No hay duda de de que estaba mejor antes, ahora sólo se ve como una muñeca de porcelana pero de exageradas proporciones”.
Hollywood se le salió de las manos. Su deseo de lucir mejor es parte de lo que se conoce como trastorno dismórfico corporal, un mal que hace que su preocupación por algún defecto físico, real o imaginario, se vuelva una obsesión. Así, la actual rubia, de talla 36D, está planeando una nueva visita al cirujano. Según ella, su busto todavía no es lo suficientemente grande.
La que asegura que su problema no está en su cuerpo sino en su mente es Megan Fox, quien le aseguró a la revista británica Wonderland que sufre de esquizofrenia. “Desde pequeña tengo alucinaciones auditivas, ilusiones paranoides y disfunción social”. Este anuncio fue asumido por sus seguidores como la razón de sus repentinos cambios de ánimo, declaraciones sin sentido y su mala cara durante las presentaciones públicas que la llevaron, incluso, a perder su papel en la tercera entrega de la película Transformers. […]
- Comor resultado de su neurosis Woody Allen no resiste las multitudes ni lso gérmenes
- Cristina Ricci suele cortarse cuando está deprimida
- Daniel Radcliffe sufre de dispraxia, enfermedad que lo hace torpe en tareas como amarrarse los cordones de los zapatos y escribir.
- Después de 10 cirugías plásticas el mismo día, Heidy Montag se prepara para ir al quirófano por segunda vez para volver a aumentar el tamaño de sus senos.
- Debido a su depresión, los productores de Dr. House se aseguran de que sus escenas sean las primeras en grabar, para no sufrir con las repentinas escapadas del actor para ver a su…
- Como parte de su terapia Jim Carrey dejó de tomar café para evitar cambios de ánimo repentinos.
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