Ahora se acabó la droga para mí

TEl otro día estaba en una tumbona en Capri con mala conciencia como única compañía. En las manos tenía un diario sueco que por una vez tenía tiempo de leer a detalle. Sin mirar al reloj con una susurrante petición a poderes superiores de detener el tiempo para que puediera tener tiempo de leer.

En un artículo alarman psicólogos acerca de la ansiedad que sufre más y más gente. Comienza con el pañal y acelera con la edad. Los psicólogos sostienen que deberíamos soltar los requisitos, sacudirnos el estrés y la presión y no ser tan malditamente talentosos. ¿He oído esto antes?

Los gurús de estilo de vida y entrenadores de felicidad (happiness coaches) enseñan meditación y plenitud mental. El arte de vivir aquí y ahora. Facilitar la cuerda del el garrote y olvidarse de carrera, hipoteca, facturas y deseos.

Pero son mensajes contradictorios. Al mismo tiempo que los medios de comunicación están inundados con reportajes sobre cómo se aprende a vivir feliz sin un montón de ‘tener que:s’ (‘musts’) corre la sociedad en dirección contraria. Serán tiempos difíciles. El cinturón (de gastos) se tensa. Los fuertes son recompensados ​​y los débiles son cargados con deudas. Los alumnos son medidos y evaluados en calificaciones y notas son repartidas cada vez más temprano. Los que tienen trabajo tienen que trabajar más y los que están desempleados son marcados como incompetentes. Culpa y vergüenza para vagos laxos que buscan la verdad en lugar de producir.

Nuestra época exige que sobresalgamos y creemos nuestra propia marca, que hagamos ejercicio, cuidemos de nuestro exterior e interior, horneemos nuestro pan de cada día, vivamos en relaciones de amor que estén llenas de romance y espontaneidad, a pesar de que la mayoría de la gente normal tiene que planificar cada minuto libre. Deberemos vivir en casas limpias, blancas y ’frescas’ que se puedan mostrar en anuncios de viviendas, debemos tener aficiones de tiempo libre según IKEA, deberemos tener amigos y consumir cultura y ser tranquilos y felices y estar en la cima. Sin padecer de ansiedad de rendimiento.

Gennaro Palermo es un hombre alto, de mediana edad, con pelo canoso que me sirve capuccino.

Hace unos años recibió un disparo en la pierna por la Camorra. Mientras yacía en un charco de sangre en el suelo, el delincuente se acercó y se disculpó. Había disparado a hombre equivocado. Hoy tiene el día de su Santo y le deseo suerte y éxito.

«No», me interrumpe. Me me deseo nada. «Niente», menea con sus brazos. Sólo que la vida continúe como es. Que pueda ver el sol y el mar, y saber que si algún día no tengo dinero para comer tenga amigos que me puedan invitar. Eso es suficiente. Ningún éxito. Ningunos aumentos de sueldos.

¿Debo recibir un disparo en la pierna para comprenderlo? La drogadicta de rendimiento en mí se vuelve provocada. La que nunca me ha permitido estar en una silla de sol sin sentirme culpable. Ahora cierro los ojos contra el sol y pienso que se ha acabado la droga.[metro.se]

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