JAPÓN y CHINA – Ida y vuelta (sin un puto duro)

En el post anterior [Kuwait City 1966 – Ida y vuelta (sin millones)] escribía que había encontrado trabajo en el buque M/S Coral Sea» de la naviera sueca Trelleborgs Ångfartygs AB, que estaba a punto de zarpar para Japón. Aquí viene la continuación…


A finales del mes de septiembre de 1967 zarpó el buque frigorífico M/S Coral Sea (1960-1969) de Las Palmas rumbo a Japón haciendo escala de unos días en aguas del caladero sahariano-mauritano o ‘banco canario-sahariano’, a la altura de Villa Cisneros,  para cargar de grandes buques-madre japoneses cefalópodos ultracongelados con destino a compradortes nipones.

El viaje transcurrió sin novedades hasta que llegamos a Singapur por el Estrecho de Malaca, algo que me dejó un recuerdo tranquilo y agradable, donde hizo escala pero sin tocar puerto. Cuando nos adentramos en el Oceáno Índico después de pasar Sudáfrica recuerdo cómo colonias de delfines nariz botella acompañaban al buque por babor realizando saltos acompasados con el cabeceo del buque. Una de las tareas en el trabajo como mozo de cubierta consistía en hacer guardia o ponerse al timón y mantener el rumbo – de 12 a 4 de día y de noche – durante las más o menos 13.000 millas náuticas o 24.000 km hasta llegar a Tokio.

Peor recuerdo guardo de una noche antes de llegar a Japón.  Allá por el Mar del Sur de China debió ser. Mar marrón oscuro, algo que nunca había visto, quedé aterrado. Yo que siempre había pensado que el mar era solo de color azul en diferentes tonalidades!. Cielo negro y mar arbolada – de color marrón (olas de ~ 6-9 metros que estallaban contra los costados del buque). En un par de esas embestidas perdí al agarre al timón y salí arrastrado por el suelo del puente de mando hasta chocar con la puerta lateral a mi izquierda. Vino el tercer oficial y me contó que el peor movimiento de un barco en temporales es el de oscilación longitudinal o ‘cabeceo’ navegando proa a la mar, que puede causar pantocazos y a veces que uno vomite. El que estábamos sufriendo esa dramática noche era movimiento transversal o ‘balanceo’, inclinándose el buque de un lado a otro,  algo que ponía en juego la estabilidad debido a las enormes olas que golpeaban por el través. El agua/el mar llegaba casi a la altura de cubierta cuando las olas escoraban el buque de babor a estribor. Como un ‘thriller de suspense’!.

Por suerte al día siguiente se calmó todo y seguí pensando cómo sería Japón. Cuando por fin llegamos después de un mes y pico estaba ansioso de pisar tierra, pero no nos dejaron salir hasta las 6 de la tarde. Me había hecho amigo de un chaval de Helsingborg con el que compartía camarote y que también currraba como mozo de cubierta y salimos juntos en tren a Yokohama ‘a dar una vuelta’. En el tren iban todos como sardinas en lata!. Nunca había visto gente tan apretujada. Después de cerca de una semana en Tokio levamos anclas y partimos hacia Osaka (escala de más o menos una semana) y luego otra semana en Kobe. Como solo podíamos salir del barco desde las 18.00 horas pues como que no dio tiempo en tres semanas a hacerse mucha idea de cómo era Japón o de cómo eran los japoneses.

Como anécdotas curiosas a bordo recuerdo tres. Una ocurrió durante la estancia en el puerto de Tokio. Un marinero sueco trajo a una puta japonesa a su camarote y engañó a esta a vivir con él durante las más o menos tres semanas que allí estuvimos. Y así que un día vi que se armó un escándalo del copón en el pequeño comedor del personal de cubierta. El ‘matros’ (~ marinero de cubierta de primera), un tipo rudo y bruto como un vikingo, pero por lo demás muy campechano, estaba dándole hostias al marinero sueco que había engañado a la joven japonesa y este sangraba un poco por todas partes. Cuando pregunté por qué lo hizo me contestaron que el sueco no quiso pagar a la puta después de 3 semanas viviendo en su camarote. Gritando oí que le acusaba que era una vergüenza para la profesión de marinero, una vergüenza para Suecia, etc., etc..

La otra anécdota es que yo me puse enfermo después de la noche del balanceo del barco y me entró fiebre y tal y el que hacía de médico en el barco me diagnosticó un envase que debía ser administrado por vía rectal. Y me dijo que pidiera al compañero de camarote que me ayudase a hacerlo. Cuando le conté lo que me dijo el que hacía de médico le entró un ataque de risa que me sacó aún más de quicio de lo que ya me sentía y empezamos a pelearnos a hostia limpia dentro del camarote con camas literas y, como era pequeño y no había sitio para pelearnos, subimos a cubierta y estaba lloviendo y allí seguimos ‘el combate’ hasta que nos vieron y nos separaron. Luego al llegar a Japón nos hicimos amigos y nos reíamos de lo ocurrido aquella noche.

La tercera anécdota fue otra noche lluviosa en  la que el tercer oficial (el que me empleó en el barco) me pidió que arriara la bandera sueca. Era grandísima y con viento, lluvia y solo, pues resulta que se me cayó al suelo en cubierta cuando intenté doblarla y naturalmente se mojó. El oficial vio lo ocurrido y bajó todo cabreado y empezó a echarme una bronca que casi me deja sordo debido al volúmen de su voz. Que la bandera “era algo sagrado”, que si esto, que si aquello…  

Salimos de Japón rumbo a China. Y allí íbamos a estar otras tres semanas, entre otras cosas cargando. No sé qué. Allá por aquellos tiempos de Franco se limitaba la validez del pasaporte a determinados países (Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Mongolia Exterior, Rep Popular China. U.R.S.S., Yugoeslavia, Rep. Dem. Alemana, Rep. Popular Corea y Rep. Dem. Vietnam). Pero al llegar al puerto de una ciudad de nombre “Chinkiang”, o algo que sonaba así y que no encuentro en el mapa (cercana a Pekín, según me dijeron), el tercer oficial me dijo que iba a hacer la vista gorda y dejarme salir por las tardes (después de las 18.00). Y allí me fui y cogí el primer autobús que encontré. Al entrar al autobús me dio la impresión de que los chinos en aquel tiempo y en aquella ciudad no habían visto muchos españoles porque se quedaron boquiabiertos. Todos me miraban asombrados y una chica joven con una bebé en brazos que estaba sentada se levantó y me ofreció asiento!. Le dije ‘no gracias’ pero insistió y para no ofenderla tuve que sentarme. Salí a la ciudad y probé comida china en algunos locales que no sé si llamarlos bares o restaurantes, eran sitios muy sencillos y baratos. Comida rara, pero todo parecía interesante. Más interesante que en Japón, sobre todo la gente!. Todos los días salí a dar una vueltita por la ciudad.

El viaje de vuelta continuó después a Durban y de allí a Génova en Italia. La llegada a Génova supuso el fin de mi vida como marinero en un buque mercante. Me despedí y cobré mi sueldo de casi 5 meses. Recuerdo que en Durban subían algunos nativos de raza negra a cubierta y se ponían a bailar en plan de cachondeo. Humor no les faltaba. Creo que la escala en esa ciudad fue entre otras cosas para algún tipo de reparación aunque nunca me enteré con certeza de ello.

Me alojé rápidamente en una pensión y salí a dar una vuelta por la ciudad. Subí por el laberinto de callejuelas cuesta arriba hasta que en el cruce de varias callejuelas vi un grupo de gente en corro y me acerqué a ver de qué se trataba. Eran los años 60 (1966) y yo por entonces nunca había visto ni oído hablar del timo de los trileros. Empecé apostando una pequeña suma y perdí, luego una suma mayor y también perdí, y luego otra aún mayor y nuevamente perdí, y… hasta que casi perdí todo el dinero que había ganado en cinco meses!!!. Después me enteré de qué iba el rollo de ‘los trileros’,  un croupier ayudado por sus compadres para engañar a los novatos como yo… Cuando me di cuenta de que me estaban engañando iba a empezar a hostias con el ‘croupier’ y rápidamente recogieron los trileros la mesita de tijera y salieron corriendo a la velocidad del rayo dos o tres por cada callejuela, por lo no había más solución que aceptar que había sido uno engañado… Aquél día me juré a mi mismo nunca jamás volver a Italia…

Billete en tren y de vuelta a casa sin un puto duro y a planear… Eran finales de enero de 1968 y al mes y pico ya me enrolé al curso de unos 8 meses “Transformación de delineantes en delineantes proyectistas de matricería y dispositivos” que anunciaban en la entonces llamada Casa de América en Vigo, y que en caso de aprobar, pagaban el pasaje a Sudamérica y alojamiento mientras encontraba uno curro allí. Yo, como la mayoría, elegí Brasil. Aterrizamos en Río, pero curro de delineante proyectista había poco y nos tuvimos que mudar casi todos a São Paulo. Más sobre eso en el siguiente post.

Leave a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*